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Hace cuatro siglos, el 13 de marzo de 1610, se publicó en Venecia un libro de una treintena de páginas que cambiaría nuestra concepción del mundo. Galileo Galilei describía en la obra titulada Sidereus Nuncius (El mensajero de las estrellas) las observaciones que había efectuado de la Luna, de las estrellas y de Júpiter mediante un telescopio en las semanas y meses precedentes. Poco más de medio millar de copias de esta primera edición del libro escrito en latín se distribuyeron por toda Europa y Galileo se convirtió en un científico relevante y admirado.
Hoy sabemos que Galileo no fue el primero en observar un cuerpo celeste en el firmamento con un telescopio, como se creía hasta tiempos recientes.
Hace un año se publicó en la revista Astronomy and Geophisics un artículo en el que salían a la luz los dibujos que un astrónomo ingles, Thomas Harriot, había realizado de la Luna el 26 de julio de 1609, meses antes de que Galileo hiciera lo mismo. No obstante, ello no quita el mérito que siempre ha recaído en Galileo como impulsor del uso de la razón y de la coherencia intelectual para explicar la complejidad del mundo gracias al método científico.
No hay duda de que la narración del descubrimiento de cuatro estrellas que se movían en torno al mayor planeta del Sistema Solar, que Galileo identificó como satélites de Júpiter, fue la culminación y demostración experimental de la revolución que había iniciado Copérnico con su tratado teórico de De Revolutionibus Orbium Caelestium (Sobre el movimiento de las esferas celestiales), publicado en 1543.
He aquí un argumento elegante -argumenta Galileo- para disipar las dudas de quienes, aun aceptando con tranquilidad las revoluciones de los planetas alrededor del Sol que postula el sistema copernicano, sienten una enorme inquietud ante el hecho de que la Luna gire alrededor de la Tierra y al mismo tiempo la acompañe en su traslación anual alrededor del Sol.
Impresiona ver los textos manuscritos del propio Galileo que se conservan en el Istituto e Museo di Storia della Scienza de Florencia -y que hoy en día son accesibles gracias a las tecnologías digitales en línea- en los que traza los dibujos del movimiento de los cuatro satélites durante varios días. La existencia de Io, Europa, Ganímedes y Calisto, tal como hoy son conocidos, y las pinturas que realizó con la técnica de la aguada de sus observaciones de la superficie lunar confirmaron que la observación directa de la naturaleza y su interpretación convertía al método científico en un instrumento esencial para la construcción del conocimiento humano.
Galileo además creía que la divulgación era una necesidad para que la ciencia estuviera al alcance del público. Por ello Galileo escribió años más tarde (1632) su decisivo libro Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo -en el que se contraponen los argumentos del geocentrismo y del heliocentrismo para explicar el Universo- en la lengua italiana de la época y no en el usual latín erudito y académico que sólo unos pocos podían entender. Y pasó lo que pasó.
Vladimir de Semir
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Más información:
Presentación de Ramón Núñez, director del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (MUNCYT), en el V Congreso de Comunicación Social de la Ciencia (CSC5 Una Nueva Cultura): El Sidereus Nuncius de Galileo estará en todas las lenguas del Estado
Este blog cuenta con la colaboración de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología – Ministerio de Ciencia e Innovación