Un año más, se ha celebrado una nueva edición del Campus Gutenberg-CosmoCaixa. El evento, desarrollado entre el lunes 16 y el martes 17 de septiembre, ha reunido a multitud de comunicadores científicos y toda clase de asistentes interesados en ponerse al día en temas de comunicación, divulgación e incluso educación de las ciencias. Entre sus muchas actividades, el primer día tuvo lugar una mesa redonda sobre la crisis climática. El acto despertó un gran interés, como probó el hecho de que el auditorio estuviera prácticamente lleno, y me atrevería a decir que cumplió sobradamente con las expectativas del público.

Moderado por las periodistas Cristina Ribas y Núria Jar, el debate empezó con la intervención de Aitana Ralda, portavoz de Fridays for Future Barcelona. Este es el movimiento estudiantil inspirado por Greta Thunberg para luchar contra la crisis climática. Ralda, una joven estudiante de bachillerato, nos comentó que a los 9 años ya quería salvar el mundo en el que vivía. A pesar de que ha crecido, en el fondo su objetivo sigue manteniéndose, si bien ella misma reconoce que sus metas inmediatas son más realistas. Greta Thunberg fue para ella un ejemplo que la animó a pasar a la acción: si Greta podía, ella también. Así, contactando con diversas asociaciones se acabó fundando Fridays for Future Barcelona. Ralda no desaprovechó la ocasión para llamar a la movilización a partir del 20 de septiembre, que culminará el día 27 con una huelga y manifestación de Jardinets de Gràcia a Plaça Catalunya a las 6 de la tarde.

El catedrático en geografía física de la Universitat de Barcelona Javier Martín Vide también aportó su punto de vista. Destacó que, en efecto, estamos en “emergencia climática”, pero que hay que alejarse del catastrofismo porque nos conduciría a la inacción. Aún estamos a tiempo de rectificar, pero las acciones a tomar deben ser inmediatas.

Hemos hablado de emergencia, crisis… ¿Cómo referirse a lo que hasta ahora simplemente llamábamos cambio climático? Albert Closas, director del programa Valor afegit, de TV3, nos informó de que habían elaborado unos criterios para hablar sobre la crisis climática (este es el nombre por el que optaron) en los informativos. Les pareció que emergencia era demasiado alarmista, que daba la sensación de que ya era tarde para intervenir. Por otra parte, Closas recordó que no hay debate sobre si hay o no cambio climático. Los negacionistas lo son porque las soluciones implican consumir menos, que es producir menos, lo que supone una impugnación total al sistema capitalista. En definitiva, los negacionistas tienen fuertes intereses económicos que les hacen ignorar la evidencia.

Hablando ya de actitudes de la gente hacia el medio ambiente, Ralda realizó un diagnóstico en el que dividía a las personas entre muy concienciadas (veganas, gente que compra en mercadillos de segunda mano…) y las que se dedican a vivir la vida sin mirar demasiado alrededor. Aunque estas últimas nos puedan molestar por su pasividad, hay que hacerse fuerte con la gente implicada para cambiar las cosas.

Martín Vide añadió que hay un alto porcentaje de españoles que reconoce la gravedad de la situación, pero si les pides dejar el coche, mañana muy pocos lo harían. La escala tan global del fenómeno juega en su contra: parece que a nivel individual poco se puede hacer y ya se encargará alguien con más poder de tomar las medidas oportunas.

Sin embargo, por más que la crisis climática sea global, sus consecuencias son locales. Por ejemplo, las olas de calor afectan más a las ciudades: sucede lo que se llama isla de calor, un fenómeno que consiste en el aumento de temperatura (unos 3 grados más) en los centros urbanos respecto de la periferia. Estas altas temperaturas aumentan los ingresos en el hospital, no solo por golpes de calor, sino porque pueden agravar la situación de personas con otras dolencias. Así, la crisis climática se convierte en un problema de salud pública. Como apostilló Núria Jar, la pobreza energética asociada a la falta de calefacción en invierno se debería extender también a la imposibilidad de refrescar el ambiente en verano.

¿Cómo solucionar todo esto? Cristina Ribas planteó si podría incluirse en el valor económico la actitud de las empresas desde el punto de vista ecológico. Albert Closas, sin embargo, recuerda que las empresas, en general, no cuentan con valores solidarios, sino que están para ganar dinero. Una empresa que crea de verdad en el comercio de proximidad, con unos valores éticos y de sostenibilidad va a generar productos más caros y no va a poder competir si el consumidor no lo valora. Así pues, a las empresas hay que forzarlas a cambiar: hacen falta gobiernos que hagan leyes y que las hagan cumplir, incluso planteando penas de prisión si es necesario.

Aitana Ralda añade que es importante que cada uno se dé cuenta del papel que tiene en el mundo. No hace falta que uno se avergüence de volar (flygskam), como parece que cada vez más ocurre en Suecia, sino tomar consciencia de nuestro rol y en qué medida podemos intervenir para cambiar la situación. Por ejemplo, ella decidió no comprar más ropa en multinacionales después de llorar con el documental The True Cost, que invita a todo el mundo a ver.

Tanto Martín Vide como Closas están de acuerdo en que hay que consumir menos. El primero se refiere a la “bulimia consumista del duty free” como ejemplo de compras innecesarias. Para Closas, en efecto, los aeropuertos son “las últimas catedrales del consumo que se han inventado”. Están diseñados para tal efecto: ponen los productos más caros a la izquierda porque saben que con toda probabilidad arrastras la maleta con la derecha. Ahora bien, si estamos de acuerdo en que hay que consumir menos, esta decisión tiene consecuencias. Si dejamos de fabricar coches, ¿qué hacemos con los trabajadores de esta industria?

Algunas empresas parece que tendrán que ir por la buena dirección: Martín Vide sostiene que Starbucks sabe perfectamente que los cafetales y el chocolate están en riesgo por el calentamiento global, y eso la forzará a actuar en consecuencia. No obstante, en un mundo donde las grandes empresas pueden diversificarse tanto como para hacer motocicletas y pianos, un servidor se mantiene prudente sobre las decisiones estratégicas que tomará la mencionada empresa cafetera. Closas también añade que algunas empresas hacen greenwashing, es decir, proyectan una imagen de respeto al medio ambiente con pequeñas acciones ecológicas con el único objetivo de mejorar su marca. Por otro lado, Closas considera que puestos a hacer algo es mejor hacer greenwashing que no hacer nada.

El debate fue animado y entre el público saltaron las preguntas. Una asistente planteó el temor de que todo esto no fuera más que un boom que quedara en nada. ¿Qué tenemos que hacer ahora?

Esta es, sin duda, la pregunta. Albert Closas se atrevió a dejar algunos elementos para seguir reflexionando: ¿qué papel ocupa y ha de ocupar la publicidad en el consumismo de nuestras sociedades? Vivimos en un “capitalismo impaciente” de “lo quiero todo, ya, aquí”. Esto, simplemente, no puede ser. Desde la televisión, argumentaba Closas, también se pueden tomar medidas, como renunciar a poner al mismo nivel a un negacionista o a un terraplanista que a un científico. “Es que la Tierra es plana y es mi opinión”, objetaba un Closas con voz de terraplanista, “no, mira, eso no es una opinión, es una tontería”, remachó.

De nuevo, ¿qué hacer? Desde luego, no hay recetas mágicas, y quien diga que las tiene, miente. Las actuaciones contra la crisis climática necesariamente van a ser complejas y van a enfrentar intereses contrapuestos. Por lo pronto, podemos reunirnos el próximo viernes 27 a las 18.00 en Jardinets de Gràcia, para seguir pensándolas.

Francisco J. Paños (@FranciscoPanyos)

 

 

 


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